sábado, 27 de octubre de 2012

"Un médico rural también es vecino, amigo y consejero”.- TODO SIGUE IGUAL , SALVO EL TELEFONO , AMBULANCIAS E INTERNET...-Nota de Autor.

Abdala Farah hoy se desempeña como escritor tras su vida como médico. Escribió cuatro libros: "Viaje hacia los mejores años", "Dominguito", "Las andanzas de un médico rural" y "El inmigrante".


 

Nací en Milagro, La Rioja, un pueblo de 3.000 habitantes en el que se instalaron hace muchos años 50 familias sirias; de ahí mi origen y el de vecinos, amigos y parientes que tengo allí. Sin embargo, me encuentro estrechamente relacionado con córdoba, porque allí viví durante 15 años, donde hice parte del primario, el secundario en el Colegio Nacional de Monserrat, y posteriormente estudié Medicina. Recuerdo con emoción esa etapa, la bohemia de la época de estudiante, el barrio Clínicas, mi gran amigo Nilo Neder.
Me recibí de médico en 1965 y durante los siguientes 30 años ejercí como médico rural. Mi primer destino fue Chañar, una población muy pequeña, ubicada a unos 70 kilómetros del límite con la provincia de Córdoba, cerca de Serrezuela. Cuando llegué, no había luz, ni agua corriente, ni medios de comunicación. En 1969, cuando el hombre llegó por primera vez a la luna, otro llevó al pueblo el primer televisor, que era pequeño y de batería. No había una sola cabina telefónica, el único contacto con el resto del mundo era una casilla postal, cuando las cartas eran trasladadas únicamente por vía ferroviaria, antes de que se usara el micro. Uno enviaba una carta y a los 15 días recibía la respuesta. Quizá no era tan importante para la actividad de un médico rural, pero sí era importante para la vida social, yo tenía familiares en Córdoba; además, necesitaba la comunicación con algunos laboratorios, porque siempre solicitaba que me enviaran muestras, ya que la gente era muy pobre, sus ingresos eran muy magros, no disponían de dinero para la compra de medicamentos. Y en el pueblo tampoco había farmacia, sino un pequeño botiquín. Por eso a veces los laboratorios colaboraban enviando medicamentos hacia el interior. Y esa era la tarea del correo.
Fui a Chañar porque allí tenía familiares, y mi idea inicial era estar uno o dos años, para después ir a una población de más envergadura. Pero permanecí seis años. Me conocían todos. Atendía en la sala de primeros auxilios –que hoy se llaman “centros de atención primaria”– y también en un consultorio particular, alumbrado con una lámpara sol de noche. Fueron épocas duras, donde faltaba todo. Después partí a otra comunidad más grande, Chamical, de 18.000 habitantes, donde fui director de hospital y presidente del Colegio Médico. Allí mejoró tanto la vida social, como profesional. Cuando uno es médico rural y único, tiene que ser también vecino, amigo, consejero, todo; porque no tiene con quién consultar, algo muy necesario en medicina, si uno tenía dudas, consultaba sólo con Dios; Igualmente, en Chamical seguí siendo médico rural, porque visitaba a pacientes que vivían en el campo.
Tengo innumerables anécdotas para contar de esos 30 años de mi vida. Por ejemplo, en una ocasión me llamaron desde una distancia de 50 kilómetros para atender a una parturienta. En esas oportunidades, uno tenía que solicitar la colaboración de algún vecino para que prestara su vehículo y eran muy utilizadas las estancieras. Allí partimos y atendí a la señora varias horas, hasta el amanecer. Cuando todo terminó, su marido, que era un puestero de la zona, se acercó sonrojado y me dijo: “No tengo nada para pagarle, pero puedo darle una garra de puma que maté hace diez días”. El hombre había peleado con un puma y tenía esa garra como trofeo, por supuesto, la acepté, porque era todo para él y cuando no podían ofrecer nada se sentían muy mal. Yo he recibido como recompensa cueros de lampalagua y hasta un diente de un animal prehistórico, cuyo esqueleto había encontrado un hombre que estaba extrayendo arena en un río seco y que ahora está expuesto en la Universidad de La Plata.
Eran cosas que enriquecían más el espíritu que la parte material. No hay que olvidar que hubo profesionales encumbrados que fueron médicos rurales, como Esteban Laureano Maradona o el mismo René Favaloro, con quien tuve el gusto de dialogar en 1975, cuando fue a dictar un curso a La Rioja. Fue famoso en todo el mundo, creó el by pass , pero nunca renegó de su condición de médico rural. Él destacaba la tarea de estos médicos, porque sabía que abandonan las cosas elegantes de las grandes ciudades y los centros académicos.
Una situación difícil que me tocó atravesar fue cuando vino un señor en un viejo vehículo para avisarme con urgencia que al comisario del pueblo lo había picado una yarará. Estaba a 15 kilómetros y él sabía en cuántas horas hacía efecto el veneno, mientras lo traíamos veíamos que estaba permanentemente consultando su reloj. Imagínese los caminos que había entonces. Pero llegamos a tiempo para colocarle el suero antiofídico.
En esa época, la enfermedad que más se registraba en la zona, incluyendo el norte cordobés, era el Chagas, porque había muchos ranchos, que para las vinchucas son hoteles cinco estrellas.
Había que hacer mucha educación sanitaria –en esas poblaciones, los maestros son muy importantes para esa tarea– y pedir a las autoridades que erradicaran esos ranchos, porque eran muchos. También había mucha brucelosis, por la leche de cabra; había muchos animales infectados, no se vacunaba y no se hervía la leche. También había mucha parasitosis, porque no había agua potable.
Hoy, ese pueblo ha cambiado totalmente, el progreso también llegó; está irreconocible.

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