domingo, 19 de febrero de 2012

Nostalgia de cuadrilátero...me acuerdo y se me pianta una lagriima...mi infancia....que lejos estas infancia .....los domimgos con mis viejos, los tallarines que mi viejo los amasaba a mano y los estiraba con un sifon de vidrio....y yo me ponia ansioso emocionado con la Tv cuando salia el CABALLERO ROJO........uuuuuuuf...QUE LEJOS ESTOY DE ESE TIEMPO........

Hablar de Titanes en el ring es remontarme a mi inocente infancia. El comienzo de los años setenta lo recuerdo como una mezcla de aromas a torta horneada por mi abuela, ravioles del domingo y las flores de la enredadera en verano. Mis viejos me llevaron a ver el espectáculo en vivo, en el piso de los deportes del Hotel Provincial en Mar del Plata. Ellos hacían temporada allá. De la misma forma que los elencos de comedia o teatro de revistas, la troupe de Karadagian y el circo de Carlitos Balá resultaban la atracción de todos los niños. Allí pude escuchar en directo el estampido que producían los cuerpos al caer en el piso del ring: seguramente habría un dispositivo por el cual el sórdido piso dispuesto se convertía en una caja de resonancia. En mi recuerdo, aquel sonido me remite al del tambor de una batería.
La primera sensación que recuerdo fue el impacto de ver salir de un cortinado a los luchadores a medida que eran convocados para las peleas. Vi pasar cerca mío a Tufit memet, vestido de árabe; a la tenebrosa Momia. Para su entrada bajaban las luces del estadio y propagaban a todo volumen su jingle de presentación: LA MOMIAAAAA... LUCHADOR SORDOMUDO... ante la mirada petrificada de todos los niños presentes. También pude ver al gran ancho Peucelle y al inolvidable Martín Karadagian y su “cortito”, una toma más exhibicionista que eficaz.
Resultaba inquietante ver cómo los contrarios quedaban inmóviles a merced de los sucesivos cortitos de Karadagian: la evidencia más clara de que Martín era el dueño del espectáculo y, dicho sea de paso, el patrón de aquellos colosos.
Atesoré durante años la firma de Karadagian, hecha de puño y letra, ante el pedido de mis padres, en la primera página de un pequeño libro de bolsillo de terror (género que me fascinaba leer en mi infancia).
Aquel recuerdo se habrá perdido en el tiempo, en diferentes mudanzas, o quizás descanse en la biblioteca de la casa de mi madre, entre libros de aventuras de la colección Robin Hood y clásicos de Julio Verne. Ya en la adolescencia, cuando me empecé a interesar por la música, redimensioné la efectividad de las canciones que acompañaban a cada uno de los titanes. Mucho se habló de la participación de Horacio Malvicino (o su seudónimo Alain Debray) como gestor de esas inolvidables melodías y orquestaciones ejecutadas por los mejores músicos del momento.
Recordemos que todo aquello es previo a la invención de los sintetizadores y aparatos digitales que reemplazan a las orquestas. Con lo cual todo lo que sonaba estaba tocado por músicos de carne y hueso. Aquellas canciones fueron durante años tema de conversación entre músicos y, con el paso del tiempo, muy pocos afortunados ostentaban el tener el jingle de Mercenario Joe o la canción de presentación de Titanes en el ring.
Fue grata la sorpresa cuando me enteré de que todas aquellas canciones salieron reeditadas en CD. Fue como recuperar una parte de mi vida, y confirmar en la realidad todo aquello que sonaba en mi cabeza proyectado desde mis Las últimas imágenes que vienen a mi memoria representan una etapa posterior, ya entrados los setenta, con la incorporación de Yolanka, que bajaba de una precaria nave espacial, que mediante unas poleas descendía con unas sogas al centro mismo del ring. También recuerdo a Mister Moto y otros noveles luchadores que se entremezclaban con los clásicos Rubén Peucelle, Ararat, Benito Durante o el español José Luis.
Una tarde, hace unos pocos años, mantuve una conversación casual con una adorable señora. Ella solía estar en la oficina de una enorme playa de estacionamiento (de varios pisos) frente a la sede de Argentores. Como en esos años yo escribía para televisión, solía ir a cobrar mis regalías a Argentores un par de veces al mes. Estas informales charlas se sucedían cada vez que dejaba mi auto en ese estacionamiento. Esa simpática señora era la viuda de Karadagian y sus empleados (que ahora acomodaban los autos) eran varios de los titanes de la troupe. Cuando me enteré de esto, mis visitas a Argentores tuvieron un plus: las conversaciones con la viuda de Karadagian. Así pude enterarme de algunas anécdotas, y de su incansable deseo de rearmar los Titanes en el Ring de la mano de su hija Paulina.
La vida me llevó a dedicarme a otras tareas en los medios y jamás volví a Argentores, por lo tanto tampoco regresé a la playa de estacionamiento. Pero siempre recuerdo a aquella señora, siempre con un cigarrillo en la mano, y la sonrisa cómplice de los ex titanes que asentían con la cabeza las anécdotas de la viuda.
Hay que reconocer en Karadagian un enorme visionario. Creativo, intuitivo y hábil empresario, que supo cristalizar todas aquellas ideas que en otra persona no hubieron pasado de la categoría de delirios infantiles. Él supo captar el interés de la gente y desarrollar una variedad de personajes entrañables y, como podemos apreciar en este libro, inolvidables.
El catch, en esa mezcla de deporte y espectáculo, supera el límite de la realidad, aunque en su compleja forma también incorpora la lucha real. Hasta dónde es la actuación y hasta dónde llega la pelea real será la pregunta que jamás podré develar. Y justamente en eso radica la magia de este fenómeno que sigue entreteniendo a millones de niños en el mundo entero. Aunque nostálgicamente debo reconocer que no habrá una troupe como la que supo mostrar Karadagian.
¿Quién era la viudita misteriosa?, ¿por qué siempre pasaba el hombre de la barra de hielo?, son algunos de los interrogantes que supo instalar este genial armenio. Podemos pensar en el reflejo de una época signada por líderes con nombre y apellido, a diferencia de las actuales dominadas por sólidos equipos de creativos, expertos en marketing y asesores varios. En aquel momento Alejandro Romay imprimía su personalidad en la programación de Canal 9, Narciso Ibáñez Menta aterraba a la población con sus programas, Pipo Mancera era dueño de un estilo único, y Karadagian inventó su propio mundo en el cual todos nosotros creímos ciegamente. Como corresponde.
El libro
Martín y sus titanes
Leandro D’Ambrosio
Editorial Del Nuevo Extremo
Prólogo de Gillespi

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