martes, 1 de noviembre de 2011

El Proceso de Reinventarse.-

El  desempleo impone la necesidad de administrar la carga emocional que supone el no tener precisamente, el  empleo. 
El cerebro humano está absolutamente dotado para hacer frente a la incertidumbre,  y ver la vida con optimismo favorece la regeneración de neuronas a partir de células madre de nuestro cerebro.
Nuestro cerebro activa varios mecanismos que nos ayudan a enfrentarnos a situaciones desconocidas. 
Y Ud. me dira: si, todo muy lindo pero a fin de mes hay que pagar las facturas y, a continuación, ¿cómo se puede pensar en hacer algo “distinto”? ¿cómo se hace para “reinventarse”? 

Reinventarse no quiere decir convertirse en alguien distinto a quien se es, sino sacar a flote nuestro verdadero ser. 

Se dice que, la crisis, no es más que una oportunidad disfrazada. Entonces, ¿hay que tener madera de líder para reinventarse, teniendo en cuenta que vivir es un asunto urgente?

El concepto de liderazgo admite mucha discusión. Un líder es una persona que se atreve a traspasar el umbral de lo desconocido y entra en una zona de incertidumbre, donde se produce el verdadero crecimiento, la auténtica evolución personal. Cuando una persona sale de su zona de confort y empieza a explorar en su interior cosas que no conoce – y que si conociera le proporcionarían mucha más ilusión y confianza – está haciendo un ejercicio de liderazgo y heroicidad.

¿El líder nace o se hace? Todos tenemos un elemento genético que, de alguna manera, está dentro de nuestra esencia: tenemos esa capacidad de trascender el umbral de lo conocido y entrar en lo desconocido. Pero también podemos entrenar el carácter, es decir, el conjunto de conductas que nos van a ayudar a sacar lo mejor de nosotros mismos y a inspirar a otros con nuestro ejemplo.

¿Por qué nos cuesta tanto salir de la zona de confort, aunque nos sentimos estancados en nuestra comodidad? 
Porque la zona de confort o status quo cubre dos de las necesidades básicas del ser humano. La primera es la necesidad de control: en la zona de confort uno tiene la sensación de que puede predecir, de que puede controlar lo que sucede. Y no suelen gustarnos las cosas que no son predecibles. 
La segunda es la sensación de significancia: nos sentimos importantes porque controlamos o dominamos algo. 
Salir de esa zona de confort es olvidarse de esas necesidades y entrar en la zona de incertidumbre en un mundo donde a lo mejor hay que partir de cero y aprender nuevas competencias. 
Ante ello, podemos tener la sensación de perder la identidad, y eso nos da mucho miedo.

Cuando alguien entra en la incertidumbre, a veces se siente como que la naturaleza nos ha hecho un regalo y ello sucede porque el cerebro humano está absolutamente dotado para hacer frente a la incertidumbre. Hay tres mecanismos que se activan y que nos dan capacidad de adaptarnos. En primer lugar, aumenta el riego sanguíneo en una parte de la corteza cerebral llamada área prefrontal, básica en los procesos de creatividad y en la toma de decisiones.

Como resultado de este aumento de trabajo neuronal, estamos más atentos y aprendemos más deprisa. En segundo lugar, aumenta el número de neuronas de una zona del lóbulo temporal del cerebro llamado hipocampo. Esto favorece el control de los centros del miedo y eleva los niveles de dopamina, potenciando nuestro interés y curiosidad para explorar.

Y en tercer lugar, hay un sistema reticular activador ascendente, situado en el tronco del cerebro, que activa la potencia de la corteza cerebral. De modo que estos tres sistemas –área prefrontal, hipocampo y sistema reticular activador ascendente– colaboran para que nuestro cerebro sea mucho más capaz.

Pero no todo el mundo se maneja bien en un entorno incierto. Si el diagnóstico o interpretación que hacemos de la situación es: “Estoy en tierra hostil”, los mecanismos anteriores no funcionan. Por el contrario, se ponen en marcha otros que son útiles para hacer frente a una amenaza física (porque nos permiten correr muy deprisa, quedarnos bloqueados o atacar, si es la única opción que tenemos), pero nos impiden adaptarnos. Luego, es la forma en que una persona se habla a sí misma, su diálogo interior, lo que facilita o impide su adaptación.

Tiene poca discusión el hecho que el cerebro del adulto es maleable. Hoy sabemos que, cambiando la forma de pensar, cambiamos los circuitos cerebrales. Personas ancladas en una mentalidad negativa favorecen la muerte neuronal, mientras que aquéllas que han decidido enfocarse en lo positivo generan nuevas neuronas a partir de células madrecerebrales.

Si “gran parte de nuestro sufrimiento es optativo”, ¿podemos aprender a sufrir menos? 
Tenemos que asumir que el dolor de la pérdida – de un trabajo, de un ser querido, de la salud – es parte de la vida. Pero hay que ser conscientes de que nuestra forma de interpretar una situación es lo que transforma el dolor en sufrimiento. Es decir, si yo al dolor de la pérdida de un trabajo le añado conversaciones internas del tipo “Esto es una vergüenza”, “no sirvo para nada”, “y ahora qué dirán mis amigos”, y me mantengo en ese estado de ánimo, todo lo que yo añada de pena, de crispación, de tristeza, es sufrimiento. Es optativo. Y puede evitarse.

¿Solución? Enfocarnos mucho más en lo que queremos que en lo que tememos. Si se precisa con especial urgencia un horizonte ilusionante es especialmente en los momentos de incertidumbre. 
Y ese tipo de mensajes brilla muchas veces por su ausencia.

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